viernes, enero 28, 2011

La eterna

[Ruido como el salido de una vieja radio sintonizando AM]
Viajamos en el Aeternitas. Siguiente parada: el sol.

[Pajarillos cantando]
Día 30. Despierto un poco más lúcido. Transcribo mi pensamiento a una máquina especial traída desde un lejano país. No recuerdo el nombre de los países, aunque me recuerdo atento a los mapas de la tierra, cuando estudiaba en la escuela básica. Quizás mi memoria tarde en recuperarse, cuando todo este sueño termine por ceder. Hay días en que duermo quince horas diarias, en ocasiones despierto de noche, gritando. Sueño que viajo en un asteroide que va directo al sol, pero no es el Sol, no nuestro sol, sino uno más grande y rojo, un sol funcionando al final de los tiempos. Los sueños cobraron, por mucho tiempo, una consistencia tremenda, tan vasta y detallada que podría pasarme horas describiéndola. Mi percepción del tiempo tampoco funciona bien; una tarde estaba convencido de que quedaban uno o dos minutos para ver el final Before Sunrise. Debo una explicación: en mi habitación hay un televisor Toshiba, una radio casetera Sony, una repisa para libros (con tan sólo los dos primeros tomos de En busca del tiempo perdido, en español, por supuesto). Como decía, pensé que la película acababa, Céline se iba y, de pronto, me fijé en sus ojos tristes, aunque no estaba seguro de que fueran sus ojos, más bien pensaba en los ojos de Julie Delpy, en el trabajo que hacían por representar otros ojos. Pensé en mis ojos, entonces, como siendo usados por otro, quiero decir, como si yo fuera el personaje de un actor con completa conciencia de mi estado. Ese actor debe conocer mi estado, mi biografía, mi pasado y futuro, mi propia historia representada por un espectro lejano. Me aterró la idea, conocía el terror, y entonces, como en un giro dramático importante, recordé un terror de infancia con ligera satisfacción por comenzar mi recuperación. Era un recuerdo vago, y sin embargo importante; tenía siete años y me escondía tras unas pesadas cortinas, me escondía de las amistades de mis padres, señores serios que fumaban y tomaban whisky o vino. Nada más, por más que lo intento, no salgo desde atrás de las cortinas, telón incorruptible de mi delicada amnesia. Entonces vuelvo a los ojos de Céline o de Julie, como si hubiesen esperado que terminara de pensar. ¿Cuántos tiempo habré estado pensando, intentando leer en ese fantasma propio, los miedos que me conducirían a tenerme de nuevo por hombre íntegro y de buena memoria? No lo sé, pero seguro que mucho tiempo, tanto que la película debió acabarse, los créditos desaparecer y la cinta detenerse. Eso no sucedió. Los ojos permanecieron inmóviles y perfectos.

Estoy seguro de que mi percepción acabará por remediarse. Es de noche y tengo sueño.

[Se enciende la radio]
Capitán. Hemos dado con el planeta descrito por Carter. ¡Capitán! ¡Capitán!