jueves, agosto 10, 2006

Capítulo 2

Un suave soplo de viento dirigido hacia el lugar indicado es capaz de derribar al más colosal de los puentes construidos por el género humano. Desde hace ya muchos años los hombres comenzamos a tender puentes sobre nuestras cabezas para maravillarnos en infinita egolatría.

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Recuerdo que confundíamos relojes con almohadas. Era lo que un cuadro de Dalí en la pared de tu vientre, el gemido laxo de nuestra propia revolución, la mirada como un vitreo marco de ensueño, un confundir palabras en historias caprichosas - que vienen y van -.

Despertar a tu lado.
La mañana se alarga hasta bien entrada la noche, nos tapamos con los ojos. Te beso los pies, una, dos, tres veces. Ries como sólo tú sabes hacerlo, pero enseguida te levantas y corres a abrazarme.

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Ahora estás ahí, sentada, tendida, alargada sobre el pasto; sin saberme aquí, de pie, sensato, con un trabajo para sostener este cuerpo, que sostiene la lenguaj, mis pulmones y el aire, las palabras que te digo al oído. Me oyes. De verdad me oyes. Sin decir nada, me oyes. Te incorporas de un salto, de forma tan repentina que tu cartera cae abierta, y te sientas - nuevamente - a recoger tus cosas, como una niña en su habitación. Tomo el volante y decido dar otra vuelta, si al regresar te encuentras en mi calle todavía, preguntaré por tu nombre.

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Hubo un tiempo que nos anidó, los sueños quedaron suspendidos en el aire... aquella vez.

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