sábado, febrero 12, 2011

El pantano de sus ojos

Eres el tigre mudo que visita los pantanos. Los hombres son las ratas que, perseguidas, desaparecen entre tus fauces.

[Cacería]

Me repito mentalmente que en la barca no hay motivos para temer. El cuaderno de notas se ha abultado por la escritura frenética. Sucedió lo siguiente: al llegar a la isla comprobamos las ciénagas y nos internamos en un terreno salvaje, segando la brutal extensión verde que nos rodeaba, casi asfixiante. Después de recorrer un par de kilómetros, decidimos que el lugar era seguro, entonces yo volvería a la embarcación a buscar los instrumentos, para posteriormente instalarlos y comenzar la investigación terrestre. Cuando ya estaba en el bote, remando hacia la nave, oí los gritos y los disparos, y al voltearme a mirar vi a un enorme tigre dando cacería a mis compañeros de viaje. Al acabar su tarea, rugía y posaba su mirada en la mía, esperando mi regreso. Pero no he vuelto.

Al revisar las estrellas compruebo la ubicación y leo los mapas del libro Polar, ahora sé que se trata de un manual, pero soy incapaz de entender su correcta lectura y a qué funcionamiento prestará servicio. Las notas que siguen a los mapas se mezclan con figuras naúticas, poemas y algunas historias breves.

[Lecturas]

Me siento absorbido por uno de los cuentos. No sé en qué momento el libro se hizo más grande y pesado de lo que era. La habitación del capitán es absolutamente confortable y, dado que no tengo intenciones de salir, he decidido pasar aquí mis últimos días o noches. Debe ser noche afuera.

El cuento comienza con un nómade solitario, en tierras del sur, quien observando las estrellas desentraña el misterio más grande de su pueblo y decide volver con la noticia, pero una tribu enemiga lo embiste al amanecer y lo mantiene cautivo y sin comida por tres semanas, al cabo de las cuales, y desprovisto de sus propias fuerzas, es liberado por la princesa enemiga y alimentado en secreto junto al arroyo de los vientos. Ella le explica que pronto llegaran hombres de tierras muy lejanas y que es preciso que su secreto sea rápidamente comunicado a los suyos. Mi nombre es Fortaleza, le dice, componiéndose, él a ella. Leo casi con furia mientras afuera se oyen rugidos interminables. Avanza la fila de mis ojos como la cohorte de sacerdotes sin templo, caminando en silencio, en la permanente búsqueda de un sacrificio que exige la cuota justa de sangre subterránea.

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