viernes, enero 28, 2011

Polar

Un tiempo polar dejó caer su rutina.

El otro se escondió en el cuerpo, la tierra joven de aquel año, 1996. Catorce años después, se siente capaz de retomar las costumbres, de vivir en la ciudad y gritar en los hospitales. Sentir que sueña otro sueño. Despierta y pregunta por sus hermanos, por su gatito enfermo. Las enfermeras son todas iguales, dice, anestesiado. Se incorpora débil, a mitad de la noche, sintiendo una piedra enorme entre sus costillas, se toca, se imagina una larga hebra conectada desde su cuerpo hasta el baño. No consigue sostenerse y cae con estrépito. Una espada, sueña. ¿Una espada?

Se pregunta qué hacían con las espadas los antiguos señores, su padre, los tíos. ¿Por qué una espada? El suelo está helado y la sangre se confunde con el hilo de sus sueños. La enfermera lo acuesta en la cama, lo arropa, limpia sus heridas, lame sus heridas, piensa o sueña, como una gata.

Poco a poco comienzan a sucederse los días, nuevamente. El tiempo se le había detenido, como en el antiguo reloj del pasillo. Nunca más oyó su mecanismo.

Tiempo de observación. Cuenta los días. Diez días desde que me levanté, ocho desde que se llenó la sala, tres días desde que estoy aislado, envuelto en luces y drogado. Las luces son el terror de los gatos y perros que pasean por la avenida. No tengo nombre porque no lo recuerdo, pero tengo ojos y boca y eso me basta para ser. No siempre puedo ver, a veces me hacen dormir y vuelvo a las madejas, a la caverna, pero sin fuegos ni sombras. Las sombras sólo existe en la imaginación. En las palabras que se repiten como una causa infinita.

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