miércoles, agosto 23, 2006

Capítulo 3

18 de enero. Año 2006.
En la avenida Perú en Viña del Mar.

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Beatriz regresó hace una semana a Chile, a la quinta región, a su casa en Recreo. Salió de una terrible tempestad de emociones parisinas para volver al remanso estival viñamarino. Sus padres, ahora viviendo probablemente en Nueva York, dejaron la casa a nombre del su hermano menor, ahora estudiante de una segunda carrera universitaria, barman en un Valparaíso Nocturno. Qué bien se estaba en la habitación, fuente original de lejanas alegrías infantiles, los jardines no habían perdido su frescor y también sus vestidos, de cuando era más joven, se sentía con ellos transportada de vuelta al mismo lugar diez años antes, lugar distante y petrificado por el tiempo. Baisser la colline, ensuite l'estuaire. Marcher. Caminar, seguir un camino diseñado hace tantos años. Le sorprendió la aparición del metro-tren en su andar. De La Croix-Rouge a Miramar, del Jardin des Tuileries al reloj de flores. Para ello todo significaba dar paseos de larga distancia, aún en durante los años que estudió en La Sorbonne, cuando las cosas parecién siempre ir tan bien.

Miércoles o Mercurio, mensajero de los dioses, el día evocaba en ella la imagen de sí misma, observado con una expresión muy delicada, aquel cuadro en el que dos serpientes se entrelazaban en ardua lucha.

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Los esquemas mentales se abrazan en consistencia con nuestras verdades, nuestra historia personal.

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Advertencia.
Se detuvo ante aquellas letras recién pintadas de negro sobre el fondo blanco. Le advertían, violenta y dulcemente, que no cruzara la avenida. Prohibido seguir adelante, vuelve tras tus pasos, aquí concluía tu andar. Este lugar no te pertenece. Pero como no se destacaba, precisamente, por su devoción a las reglas (la mayoría de las veces entreviendo significados ocultos y pasajes de llano misterio que debían ser recorridos a cualquier precio), agarró firme su vestido, la cartera apretada contra las costillas, y pasó por sobre la valla. En menos de media hora había llegado a la pestilente desembocadura del Marga-Marga. Caminó sobre la arena, estudió de arriba a abajo el nuevo Hotel del Casino y siguió adelante hasta sentirse más agotada. Sentada dando la espalda al mar y las rocas, intentó recordar, no con mucho éxito, aquellos versos. Pero dejó su momentánea ocupación cuando vio a las marionetas en la plaza, frente a ella, comenzando el espectáculo para niños.

jueves, agosto 10, 2006

Capítulo 2

Un suave soplo de viento dirigido hacia el lugar indicado es capaz de derribar al más colosal de los puentes construidos por el género humano. Desde hace ya muchos años los hombres comenzamos a tender puentes sobre nuestras cabezas para maravillarnos en infinita egolatría.

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Recuerdo que confundíamos relojes con almohadas. Era lo que un cuadro de Dalí en la pared de tu vientre, el gemido laxo de nuestra propia revolución, la mirada como un vitreo marco de ensueño, un confundir palabras en historias caprichosas - que vienen y van -.

Despertar a tu lado.
La mañana se alarga hasta bien entrada la noche, nos tapamos con los ojos. Te beso los pies, una, dos, tres veces. Ries como sólo tú sabes hacerlo, pero enseguida te levantas y corres a abrazarme.

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Ahora estás ahí, sentada, tendida, alargada sobre el pasto; sin saberme aquí, de pie, sensato, con un trabajo para sostener este cuerpo, que sostiene la lenguaj, mis pulmones y el aire, las palabras que te digo al oído. Me oyes. De verdad me oyes. Sin decir nada, me oyes. Te incorporas de un salto, de forma tan repentina que tu cartera cae abierta, y te sientas - nuevamente - a recoger tus cosas, como una niña en su habitación. Tomo el volante y decido dar otra vuelta, si al regresar te encuentras en mi calle todavía, preguntaré por tu nombre.

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Hubo un tiempo que nos anidó, los sueños quedaron suspendidos en el aire... aquella vez.